Segunda parte: Javiera Mena
Habría que pensar a Javiera Mena, en principio, en un
estricto vínculo con lo que Violeta
Parra recogió y produjo: una forma singular de entender la canción. Sin
caer en una especie de relato configurador de una tradición, sabemos que a Violeta Parra se la ha señalado muchas
veces (sobre todo desde la crítica) como una especie de madre de la canción
chilena. Sin ánimo de reducir, la cuestión de la madre tanto como de la mujer,
y por sobre todo de una inscripción de lo femenino, siempre ha sido efecto de
diversas fuerzas en conflicto. Ahí lo que comprendamos por Madre y también por
lo femenino, es crucial para cualquier política que pueda pensarse desde algún
tipo de obra o inscripción. Pese a ello, por ahora, me parece que el dato de Violeta Parra es fundamental, en tanto después
de muchos años de omisión a su figura o más bien una especie de pérdida de
memoria que hubo con ella, a la Violeta se le mantuvo reducida y codificada en
cierto estereotipo – que tenía relación estricta con cierta lectura de lo
femenino - que no dejaba ver su importancia real. Cuando (re)aparece, sin más
definió aquello que podemos llamar en este contexto canción chilena. Aunque
habría que decir que bajo el antecedente de la Nueva Canción, su nombre siempre
tuvo más de un vínculo directo o indirecto, pero tengo la idea de que la
izquierda tradicional nunca la dejó aparecer en toda su forma. Y esto sucede
simplemente por una masculinidad indisociable al pensamiento de izquierda más
tradicional, que en los años en que Violeta
Parra realiza su trabajo y los posteriores (años de la UP y la resistencia
a la Dictadura) sigue siendo vigente.
Tenemos que considerar, de esta
manera, que si bien el problema de la madre es inherente a una configuración
mítica a la vez siempre es lo que resiste a aquella configuración, por lo mismo
bastaron varios años para que el nombre de Violeta
Parra irrumpiera o se hiciera más visible. Creemos que con Javiera Mena pasa algo parecido. A
muchos su nombre sigue sin significar mucho, salvo música para cierto mercado,
para cierto segmento social o simplemente un proyecto acorde con los
requerimientos de la industria del entretenimiento. Tal como a Violeta Parra su obra ha sido más
recepcionada fuera de su propio país, y acá solo ha causado una indiferencia
que se ampara en un montón de prejuicios: música para minas, música para gays,
o simplemente lo que señalábamos más arriba. Creemos que la nueva canción
chilena o el pop chileno, han redefinido cierta idea de lo femenino, y que por
sobre todo emerge bajo el nombre de Javiera
Mena.
A diferencia de lo que muchos
creen, lo de Javiera Mena se gesta
en las calles de Quinta Normal, en el cerro 15 de Maipú o en los pastos de Juan
Gómez Millas. Desde un circuito, desde cierta escena, que no tiene ningún tipo
de relación con algo a priori domesticado por el mercado o cualquieras de esas
formas, ni mucho menos con un producto pre-diseñado, como también a veces se ha
querido señalar. La cuestión es más compleja y por lo mismo más interesante: Javiera Mena encarna a una generación
que nació en Dictadura pero que luego se crio en el esplendor del
neoliberalismo en Chile. Los 90, más allá de una nostalgia kitsch, fue una
década muy oscura, un lugar demasiado inhóspito como para vivir, crecer y
respirar. Javiera Mena tuvo que
refugiarse en la música, como muchos de nosotros, pero eso significaba no sólo
escucharla sino que también llevar una forma de vida a partir de eso. La ropa,
los gestos, la manera de caminar y de mirar, toda una cuestión afectiva que
implica que la música sea aquella razón que te lleva a moverte. Por lo mismo el
choque generacional que significó encontrarse con la red fue tan fuerte, porque
desde aquel repliegue era mucha más rápido crear nuevas forma de subjetivación,
que al fin y al cabo era lo que todos buscábamos. Ahora bien, se debe señalar a partir de esto que
el proyecto Javiera Mena no parte
con Esquemas
Juveniles, tiene varios años antes de desarrollo, donde su nombre
circuló sin tener ninguna publicación. Era un rumor, que se expandía tal cual
virus. Sin embargo esta cuestión sigue teniendo relación con toda una nueva
manera de comprender la canción a partir de ese choque con lo que significa la
red, o más simplemente, ante el encuentro con un computador. Si bien los
sintetizadores ya habían llegado a Chile en los 80, seguían siendo vistos como
un instrumento más, porque estaban aún subordinados por los instrumentos
eléctricos clásicos, salvo quizás con la notable excepción de Electrodomésticos. Javiera Mena emerge desde esa
experiencia que significó hacer música desde tu dormitorio, pero desde un solo
aparato, que contiene todo los aparatos posibles para ejecutar música.
Existen antecedentes al
computador, por ejemplo la adquisición masiva por parte de cierto estrato
social-etario del CASIO VL 101. Un sintetizador pero travestido como juguete,
como objeto de consumo y entretención. El año 92 quizás muchos niños recibieron
para navidad uno de ellos. Javiera Mena
comienza hacer “música” con ese sintetizador, pero no es hasta que llegó el
ordenador, con el cual se pudo construir una canción sin la necesidad de tener
a terceros en tu proceso creativo: es uno acoplado a la máquina. Por esta razón la relación posterior que se
ha hecho de la Mena como una compositora que hizo folk ante el encuentro con la
guitarra de palo es un poco errada. Eso ya estaba antes en la relación íntima,
pero también algo ritualesca, que se constituía con el aparato. Ya el folklor
estaba ahí, tal como Violeta Parra
descubrió la guitarra, como un artefacto con el cual se podía resistir. Es la
barbarie o la creación, y por esto mismo bajo las condiciones de vida impuestas
por el neoliberalismo radical en la sociedad chilena de a fines de los 90, la
música desde la soledad de un dormitorio encuentra en Javiera Mena una cifra
importantísima. Habría que escribir muchas páginas para re definir qué es
aquello que comprendemos por folklor, lo que creemos por ahora es que esta
serie de escritos busca aproximarse a esa nueva definición. Lo que nos ayuda
evidentemente son los comienzos de Javiera
Mena, por sobre todo en sus primeras presentaciones públicas, pues ahí lo
que hubo fue la instalación de un gesto perdido dentro de la memoria
mercantilizada de la postdictadura. Es
decir, la instalación minimalista de tener solo una guitarra acústica y la voz.
Un minimalismo del cual Gepe también
bebió en sus inicios, pero que se remontan al antecedente de una banda como Tobías Alcayota.
Una característica fundamental de
la nueva canción chilena es la de hacer de lo electrónico un folklor. En ese
punto es donde la escena se traza, por sobre todo bajo los nombres de Gepe y Javiera Mena, y el antecedente Tobías
Alcayota. Muchas veces Javiera Mena
ha sostenido que sus canciones más electro-pop (que están en su segunda placa,
Mena) pueden ser descompuestas hasta quedar en sus más básicos
elementos, es decir, una tonada, una canción a lo Violeta Parra. Hay registros en que Javiera Mena realiza este ejercicio, con canciones como “Hasta la
Verdad” o “Sufrir”. Sin embargo este proceso se ve mucho más nítido al revisar
sus primeras composiciones (canciones que salieron editadas el año recién
pasado bajo el título de Primeras Composiciones) donde la
influencia de Violeta Parra y de un
cierto Spiritualized pasado por un
filtro muy local, hacen de esas canciones el ejemplo perfecto de que la matriz
creativa de Javiera Mena siempre
disparó hacia un profundo encuentro entre canción pop y canción folclórica. Es
evidente que ese disco que nunca salió fue consumado totalmente por lo que
significó Esquemas Juveniles.
Esquemas Juveniles es una
especie de manifiesto, es el reverso de un disco como Gepinto. Ambos plantean
la siguiente cuestión: hay que refundar algo, hay que repensar la manera de
entender la canción, hay que rescatar una memoria sonora que el neoliberalismo,
sobre todo el de Postdictadura, acondicionó y lo transformó en chicle, en un
producto de fácil recepción e identificación. Lo que hay en Esquemas
Juveniles es un manifiesto tal cual lo enunciaba la “sangre joven” de La
Voz de los 80. Pero acá ya no hay un telón de fondo colectivo que
enuncie el destino de un pueblo determinado, es el llamado contrario, a un repliegue, a una fuga íntima. Pero se
trata de una intimidad que produce su exterior en las texturas de aquellas
canciones, que no pueden indicar otro lugar que no sea el parque Bustamante en
un abril muy típico de Santiago de Chile. Lo de Javiera Mena fue llevar sus primeras composiciones a un formato
sonoro que pudiera explorar atmósferas sonoras que no se habían expresado en la
canción chilena.
Cuando coincido
cámara lenta
y a lo lejos
nuestros amigos
dentro del agua
mueven sus cuerpos
cuando consigo
tu lado percibo.
Toda obra tiene un exterior histórico y político donde ella está
plegada. El año 2006 es el año de la revolución secundaria en Chile y la
activación de múltiples circuitos que esgrimen nuevas formas de subjetivación. Javiera Mena circula en uno de esos
circuitos que a la vez remiten a varios: en primer lugar a la escena que arman
junto a Gepe, el sello
Quemasucabeza, Cristian Heyne, entre otros; y a otro vector, que tiene relación
con cierta disidencia sexual, que se manifiesta en espacios universitarios, en fiestas y por sobre todo en la red. Sin
embargo, la música de Javiera Mena
nunca tuvo una defensa explícita de una militancia gay, lo que ocurrió es que
se asoció su condición sexual a su obra. Ella siempre ha defendido una cierta
autonomía sobre su obra, el punto está en que sus canciones no es que
reivindiquen la diferencia sexual sino que construyen una lectura de lo
femenino que no recordamos antes en la música pop chilena, independiente de que
hayan existido muchas cantantes o grupos liderados por mujeres. Esa lectura,
que decimos, no es discursiva, es afectiva y por sobre todo performativa. No
sólo lo demuestra el cover a “Yo no te pido la luna”, donde lo que se reivindica
es la banda sonora de nuestra infancia que nos vendía cierta imagen de la mujer
pero que ahora se nos aparece travestida o trans-sexuada, sino que mucho más en
una lírica afectiva que no conduce hacia un romanticismo subordinado a una
masculinidad. Tradicionalmente las canciones que interpretan las mujeres dicen
lo que un hombre quiere escuchar de ellas, en cambio una potencia femenina en
la canción desborda un falocentrismo de la expresión. Ejemplos: “Como siempre
soñé”, “Cámara Lenta”, “Ahondar en ti” y por sobre todo “Esquemas Juveniles”. Lo que sí es que tampoco se cae en una
cuestión figurativa, para salir del todo de la figuración masculina no es
necesario, en el caso de Javiera Mena,
hacer de esta operación una caricatura. Para eso hay otros canales de
expresión. La canción pop es temperada, tiene una singular prudencia expresiva
que provoca que cualquiera pueda escucharla y tararearla. Por lo mismo, uno
podría decir que la canción pop es femenina de por sí, carga en ella una
afección delicada y tenue que no necesita de grandes objetivaciones
discursivas, que de por sí están del lado de la normatividad masculina y
heterosexual.
En definitiva la obra de Javiera Mena está en proceso, hasta ahora su primera época ha sido muy poco indagada, salvo en el documental temprano Al unísono y en la reciente recopilación Primeras Composiciones; luego Esquemas Juveniles es de por sí el pliegue perfecto entre sonoridades pop y canción folklórica, quizás es el momento más singular de Javiera Mena; luego su segundo disco, Mena, donde hay una búsqueda mucho más electrónica y bailable, pero que mantiene un trasfondo compositivo que dispara hacia la canción chilena en sus dos caras: Violeta Parra y también Jorge González. Finalmente, durante estos meses, Javiera se apresta a lanzar su tercer disco, que al parecer, como adelanta su primer single “Espada”, la llevará a una experimentación mucho más pop y electrónica, pero que al parecer plantea una política más activa a niveles performáticos. Todo esto, como siempre, se apresta a una lectura.
* Artículo publicado en mayo del 2014 en la Revista Spazz