Primera parte: Gepe
El proyecto musical Gepe creado por Daniel Riveros, encarna
una línea que es configuradora de la música chilena de los últimos diez años.
Más que articularla, de cierta manera inclina los vectores que harán proliferar
la escena, sin entender uno muy bien dónde empieza o dónde terminan sus límites.
Lo que sí podemos constatar es que Gepe
ha colaborado con Dadalú (ella hace coros
y aparece en el video de “Namás”), Taller
Dejao (proyecto anterior de Daniel Riveros), Congelador (colaboró con la banda en el disco Abrigo), Javiera Mena (colaboró en el disco Esquemas
Juveniles y fue su baterista estable en aquella época, aparte ambos
comparten escenario mutuamente en sus respectivos shows, también Javiera Mena hace dúo con él en la
canción “Lienza”), Fakuta (canta en “Estado
de visita” y muchas veces han compartido escenario), Felicia Morales (ha sido una de sus músicos más estables, en la época
de Audiovisión
y gran parte del disco GP), Pedropiedra (lo mismo que Felicia, pero aparte, Pedro produjo el
disco Hungría y el mismo Gepe
ha colaborado con el proyecto Pedropiedra),
Vicente Sanfuentes (productor junto a Pedropiedra de Hungría), Milton Mahan
(fue músico para las presentaciones del disco Hungría), Cristián Heyne
(produjo Audiovisión y GP) Jorge González (canta y toca bajo en el tema “Salón internacional
de tecnologías”), Alex Andwandter
(hicieron juntos el disco Alex & Daniel). Es decir con
todos los límites de lo que se ha denominado genéricamente “el nuevo pop
chileno”, Gepe en algún momento
realizó algún trabajo, algún tipo de inscripción. Alrededor de Gepe se ha configurado la escena, eso
el sello Quemasucabeza y Rodrigo Santis lo deben saber muy bien, pero no sólo
la circulación fue importante para el proyecto, lo fue por sobre todo su primera
entrega, Gepinto.
Es importante señalar que Gepinto
marca un acontecimiento desde el cual sería imposible imaginarse los discos y
proyectos que sucedieron en Chile en los últimos diez años. Con este disco el
proyecto comenzó a ser visible, sobre todo cuando Gepe a los medios se les presentaba como el “nuevo Víctor Jara”.
Algo ocurrió con eso porque se expandió fuertemente aquella idea. “Namás” era
el video y canción que circulaba mientras se hablaba de esta “curiosidad”, y
muchos fuimos los que conocimos a Gepe de
esa manera. La idea era producir una ruptura con el pasado cercano, algo muy
parecido a lo que fue La voz de los 80, es decir la
irrupción de una novedad, una especie de revolución, chocar con lo viejo para
fundar lo nuevo. Pues Jorge González
nos vino a decir que luego del golpe ocurrieron muchas cosas y que en Chile no
habían sido leídas ni recepcionadas, como por ejemplo el punk, el new wave,
etc., y que aparte había que decir unas cuentas cosas, pero bajo otro soporte.
Ese soporte era la banda de rock que Los
Prisioneros crearon, aunque habría que señalar varios precedentes (que se
remontan a un momento pre-golpe) pero ninguna había interrumpido, o al menos no
se le había dado un alcance social y verdaderamente popular. Sin embargo Los Prisioneros retomaban otra cuestión
mucho más importante que si hubo o no tradición de rock en Chile antes de
ellos, lo que hicieron fue rescatar un espíritu y ese espíritu es el de la
nueva canción chilena o más bien el de la canción chilena sin más. La raigambre
popular de Los Prisioneros pasa por
eso y no porque cantaban “canción protesta punk” en plena Dictadura, sino
porque lograron convertir eso no en un discurso sino en una forma de
comprensión popular de lo que estaba aconteciendo. La serie que podría ir de la nueva canción
chilena a Jorge González y luego al “nuevo pop chileno”, pasa por ese análogo
que es Gepinto con La voz de los 80.
Lo de Gepinto, como decíamos,
fue romper con las ruinas en que quedó la canción chilena luego de la
catástrofe que significó la industria musical luego de su “auge” en los
noventa. Muy pocos han relacionado seriamente lo que significa la revolución
digital, la revolución informática de principios del siglo XXI en relación a la
nueva música que se empezó a producir particularmente en Chile. Cifra de esa
cuestión es Gepe, y particularmente
su primer disco, Gepinto. Gepe es un proyecto
que se creó en internet, como gran parte de las bandas aparecidas luego del
2005, y eso significó a grandes rasgos un principio de democratización en los
proyectos musicales. Ya no venía nadie a decir como debías sonar, como debías
vestirte ni como en general debía ser tu estética, pues lo que se creó a partir
de los myspace, fotologs, blogs y páginas-web autogestionadas, es la
formulación de nuevos criterios de distribución musical y con ello una
verdadera revolución que aún no nos alcanzamos a dar cuenta. Fruto de esas
rupturas no sólo es Gepe sino la
gran parte de las bandas de la escena del nuevo pop chileno, que a partir de la ocupación de la red no solo
distribuyeron bajo nuevos códigos sus propuestas musicales, sino que esas
propuestas son también fruto de lo que significó el internet como modificación
del oído musical. De ahí que la propuesta estética de Gepe fue la de vincular y actualizar la tradición folk chilena (Violeta Parra, Margot Loyola, Víctor Jara)
pero conectada con “nuevos” folk o nuevos sonidos, como por ejemplo la influencia
de proyectos como Tortoise, Yo la tengo, Low o Juana Molina. Acá
lo tradujeron de mil formas, una de ellas fue pop intimista, pero también folk
intimista, de hecho la periodista Marisol García señaló más de alguna vez, por
esos años, que en Gepe no podía
existir algo así como “folclor”, pues el folclor era algo colectivo, nacional,
y no tan íntimo como la propuesta que existía en Gepe o en Javiera Mena. A esta hipótesis, habría que darle más de una
vuelta.
A partir de Gepe lo que me parece manifiesto es que esa relación entre folklor
y pop es mucho más natural de lo que hemos creído, y no como lo hemos
comprendido en Chile al parcelar el folklor al lado de una tradición más
identitaria, y la otra, el pop, a una tradición sucia de mera mercancía
publicitaria. Hungría es un disco que resuelve esta dicotomía y dentro de la
trayectoria de Gepe también, ya que
es un disco que reafirma mucho más lo pop, y que inmediatamente hizo que se
notara una distancia entre lo que Gepe
quería hacer y lo que recién se estaba forjando en ese entonces con el
movimiento más de trova o de vínculo más “folclórico”. Hungría se lanza más al
pop pues nos recuerda que la matriz electrónica es fundamental en el devenir de
la canción chilena, sobre todo desde Corazones de Jorge González. Ocurre que canciones como “Celosía”, profundamente
electrónicas o digitales, tienen una sensibilidad que remite a una tonada. Y si bien el disco es muy “íntimo”, al igual
que Gepinto,
esta intimidad es cifra del Chile de los 2000, de la soledad poblada de una
generación que forja otro tipo de lenguajes a partir de los aparatos con los
cuales vivimos. Esta matriz electrónica, que señalaba, de la canción chilena,
tendrá el 2010 su corolario perfecto con discos como Mena, Música,
Gramática, Gimnasia y Odisea, y varios pasajes del mismo Audiovisión.
De ese año 2010, donde explotó toda la escena del nuevo pop chileno, Gepe se mantuvo como uno de sus
exponentes mayores, porque de cierta manera encarna un lado más “chileno”,
quizás una traducción mucho más local de lo que es el pop. Aunque habría que
insistir que esa traducción, en contextos muy diferentes, ya la habían hecho Víctor Jara y Jorge González.
Ahora bien, la ruptura que la
obra de Gepe ha realizado - y creo
que gran parte del pop chileno de los últimos años - en torno a la dicotomía
folclor/pop, un disco como Audiovisión y ahora GP
lo consuma. No sólo en temas como “Alfabeto”, que es mucho más evidente, sino
que en canciones como “Bacán tu casa” o “Con un solo zapato se puede caminar”,
en donde lo que está en juego no es una discursividad de lo que acontece
socialmente o políticamente (tomando en cuenta en que el principio del folclor
de izquierda debe hacer), sino más bien en entregar canciones que proporcionan
una relación con formas de vida o lenguajes comunes y cotidianos. El “bacán” es
una palabra juvenil apropiada durante la postdictadura que ya se ha transformado
en léxico habitual del habla chilena; la otra canción, la del Zapato, es la
llamada a una horda colectiva, a un modo de ser sensible en común, no
simplemente el llamado a una generación sino que a un pueblo que se inscribe a
partir de nombres, de la escuela, de los libros que leímos, las plazas en las
cuales jugamos, y por cierto en la música que hemos escuchado. Esa música va
desde la tradición indígena conectada al rock que Los Jaivas forjaron, pero también – como se ve en otras canciones
del disco GP – en sonoridades que quizás no son chilenas, pero que
circularon como inconsciente de una generación nacida en Dictadura y que creció
en la transición, escuchando a la hora del almuerzo o en el auto familiar Bachata
rosa de Juan Luis Guerra, los
discos ochenteros de Soda Stereo y Doble
opuesto de La Ley. El
trabajo de recopilación folclórica que Gepe
ha hecho, de una manera muy arriesgada y que ni siquiera se ha leído lo
suficiente, sería el de entender que el canto popular no se restringe a un solo
espacio de tradición identitaria que está vinculada con imaginarios
estrictamente académicos o culturalistas, sino que se trata de rastrear un inconsciente sonoro en las formas de
vida que nos son totalmente contemporáneas. De esa lectura, de esa recopilación
totalmente heterogénea es lo que se nutre la música de Gepe, y por lo mismo, a mi parecer, es el cantor popular que está
escribiendo, desde hace diez años, el devenir de un pueblo que se apresta aparecer.
* Artículo publicado en febrero del 2014 en la Revista Spazz