La
reciente declaración de Milton Mahan, integrante de Dënver,
confirma un conflicto que viven los músicos por estos días, pero que es
extensivo a quienes se dedican a alguna actividad artística y que tienen algún
grado de figuración pública. Una declaración que a primera vista es
innecesaria, sin embargo, uno puede entenderla como respuesta a un intento de perjudicar
una imagen, o lo que llamamos “un perfil”, en este caso el del dúo Dënver. Se
debe considerar que ese “perfil” no es solamente de una marca, o lo que se
llama actualmente “una imagen corporativa”, pero no se trata sólo de ese tipo perfil,
sino que al parecer todos somos eso,
un perfil que se dibuja en el mundo a partir de las redes, de los “contactos”,
de los “amigos”, los “seguidores”, y que a partir de cada like, de cada retweet, éste
se construye. Ante eso, ante el daño que se quiere incitar, que es un daño al
perfil de la banda pero también al perfil personal de sus integrantes, viene la
declaración, el punto de vista, la perspectiva. El problema transversal que
vemos en todo lo que queremos comentar, y que va de la mano de lo anterior, es
preguntarse por la necesidad de levantar un posicionamiento crítico luego de la
ruptura que ha producido el feminismo en las prácticas patriarcales,
indisociables, por cierto, de eso que aún llamamos “cultura occidental”. ¿Es
posible la crítica, sobre todo si viene de una escritura “masculina”, aunque
claro, una escritura que recibió el golpe, o que al menos le sobrepasó la ola?
Creemos que el texto de Mahan tiene algo de eso, un indicio de un posicionamiento
crítico, sobre todo por la cercanía con respecto al acontecimiento que lo
provoca. Sin embargo, antes de ir al hecho mismo, podríamos señalar que si bien
el feminismo es emancipatorio, cierto borde de él, de su puesta en escena y
circulación, lo quiere traer a tierra, codificarlo, o quizás, es un borde que
cualquier movimiento emancipatorio adolece, dependiendo de los diversos
contextos históricos en los cuales éstos se manifiestan. Es lo que se desprende
de la declaración de Mahan, de que existe una condición que está antes que
cierta subjetividad producida por el feminismo, es decir, una subjetividad que
está en relación con el Big Data, y que es transversal en cada una de nuestras
prácticas y acciones. Como por ejemplo, se encuentra manifiesto en el deseo de
publicarlo todo (al mismo tiempo que de registrarlo) en las redes sociales, de
un cierto hedonismo y narcicismo: mostrar lo que comes, mostrar a tu pareja, tu
viaje, toda tu experiencia, etc., etc.; pero al mismo tiempo, en un reverso de
aquello, un deseo por saberlo todo, exigir transparencia no sólo de los
personajes públicos elegidos “democráticamente”, sino que a un nivel micro, con
las personas de nuestro entorno o que forman parte de nuestro círculo. Dicha
cuestión creemos que es indisociable, como condición, de la ola de denuncias
por violencia hacia la mujer que han acontecido en los últimos años y en
particular en lo que va de este.
Si
remitimos al hecho preciso expuesto por Mahan, nos preguntamos junto a él, ¿por
qué un músico, un compositor, un artista, debe entregar un comunicado público
sobre algo determinado?, ¿por qué esa exigencia? Me pregunto, independiente de
la relación directa o indirecta que tenga con x hecho, ¿por qué su legitimidad
artística está condicionada a una opinión, a una declaración, o en definitiva,
a la comunicación? Si el artista es justamente aquel que está más allá de la
comunicabilidad, un artista podría ser definido como aquel que interrumpe el
lenguaje comunicativo y crea otro tipo de lenguaje, que en este caso se expresa
en la música y en canciones. Sin embargo, Milton Mahan debe, se ve obligado (y
ahora Mariana Montenegro, mientras escribimos esta columna, se pronunció para
confirmar lo mismo), a evidenciar algo que no necesita de una evidencia
pública, y remarca que bajo ningún motivo podría defender a Pablo Muñoz, al
contrario, cuenta que inmediatamente después de conocerse la acusación de
Felicia Morales en febrero recién pasado, rompió la relación de trabajo que
tenía con él. El nivel de complicidad que se tendría con un denunciado por
violencia no se puede tematizar en un comunicado, en una publicación por red
social. Cuestión atingente con todo aquello que se habla hoy de la
deconstrucción de la masculinidad, y que no pasa efectivamente a través de esos
canales, no es que uno se deconstruya en las redes sociales, a través de
comunicados, likes o por compartir
información pro feministas. Si existía complicidad de Dënver con Muñoz, de
seguro que existía, pero como todos cotidianamente lo hemos sido en las
diversas prácticas que reproducimos históricamente: una complicidad estructural,
por decirlo de algún modo. Es en este sentido que es muy insustancial la
complicidad que se le habría enrostrado al dúo, y en particular a Mahan, en no
haber públicamente manifestado la condena a los hechos que denuncia Felicia
Morales: ¿cómo hacerse cargo tan livianamente de una responsabilidad histórica
de opresión y violencia hacia la mujer? Aunque, habría que decir, Muñoz no sólo
era “socio” de Milton Mahan, sino que productor de la banda, músico visible en
la presentación de Sangrecita, último
disco que publicó Dënver el 2015, pero también era compañero de él en un
proyecto llamado De Janeiros. Aparte Mahan habla que compartían como socios un
estudio, aunque habría que confirmar la información de si Muñoz era también parte
del sello Unami, que integraba la otra parte de Dënver, Mariana Montenegro. Al
parecer algunos y algunas sabían de esta cercanía, pues es un elemento que se
desprende del comunicado, ya que a la banda se le habrían enviado muchos
mensajes por las mismas redes sociales, con acusaciones de la misma índole que
realiza Morales, luego del anuncio de separación del dúo. Con
la publicación que hizo la música en twitter, facebook e instagram,
un público que quizás ni siquiera sabía de la relación musical que tenía Dënver
con Pablo Muñoz, pero que de seguro ocupó un momento de su día en indignarse y
expresarlo a través de un dispositivo móvil.
De
esta manera es que insistimos en un punto, y es una cuestión que se ha
discutido, es qué es aquello que deberían hacer los hombres, ante toda esta
ola, ante toda esta revolución. Una cosa se ha expresado muy claramente, existe
un entusiasmo, por cierto masculino, que ha mostrado su cara, su verosímil, su
carácter hipócrita. Un gesto, de por sí muy arraigado en los círculos universitario, de ir a poner la bandera y
hacer un acto de presencia, porque éstos son necesarios: convertirse en súper
héroe. Ahora el entusiasmo podría ser llamado “el like” o el “me encanta”,
hacia cualquier tipo de acción, de información y movilización que vaya en una
dirección de buena conciencia, de buen sentido. Cuestión finalmente que tiene
relación con el caris progresista del entusiasmo. Lo que resalta en el texto de
Milton Mahan, es que no ve necesario que un artista deba mostrarse como un
sujeto conciente, empático, cercano, a lo que cierto sentido común está exigiendo.
Evidentemente no creemos que el feminismo sea un nuevo sentido común, porque
aún cualquier sentido común ontológicamente es patriarcal, sin embargo, en el
tipo de manifestaciones que estamos comentando, en cierto circuito, pareciera
que se impone aquello que alguien como Byung-Chul Han ha llamado la dictadura
de la transparencia. La exigencia de transparencia comenzó con un buen augurio
(en Chile, los casos de corrupción de SQM, son un ejemplo de esa índole),
cuando hace unos años los políticos de todo el orbe occidental se comenzaron a
preocupar sobre su esfera “íntima” y “personal”, y debieron comenzar a ser
mucho más transparentes en todo lo que hacían. Todo este proceso se ha hecho
extensivo en el campo social, y funciona micropolíticamente, y ante lo cual
creemos que no se ha discutido lo suficiente, ya que tiene una relación
transversal y estructural con cierta práctica de la denuncia feminista.
El problema, como para terminar este comentario,
no es que una banda se separe luego de un período prolífico y con excelente
recepción, no sólo en Chile sino que en gran parte del mundo hispanohablante. Es
plausible que lo hagan, el punto es que este hecho específico que comentamos, la
acusación por violencia psicológica y física de la ex pareja de un colaborador
de la banda, sea parte de la decisión. Estamos, sin duda, en un momento
histórico muy distinto, al cómo antes los proyectos de música popular se
fracturaban, que en varios casos el motivo era una disputa machista entre los
músicos hombres, por una mujer en el mayor de los casos. El caso emblemático es
el de Los Prisioneros, que deberíamos dedicarle un apartado por sí solo en una
de las siguientes columnas. Decía que no hay duda que es un cambio, y no existe
ningún reparo con ello, porque advierte de una modificación de una lógica
patriarcal de relacionarnos, tanto afectiva como sensiblemente, y que por
cierto, tiene que ver con la esfera creativa o aquello que se les impone a los
artistas. Sin embargo, ¿son realmente políticos, como realmente emancipatorios,
algunos canales bajo los cuales se está fisurando el patriarcado?
* Artículo publicado en el medio digital El Desconcierto en junio del 2018