Hace dos años en Santiago se fraguó una escena
musical que produjo una ruptura con lo que hasta ese momento se reconocía como
pop chileno. Responsable de esto fue en gran medida la edición del disco
“Temporada”, debut de la banda Patio Solar, que se elevó como uno de los
grandes lanzamiento del 2015, en un año que músicos más enmarcados dentro de la
generación precedente, como Gepe, Camila Moreno o Dënver, editaron nuevo
material. Patio Solar resucitaba un formato más tradicional (batería, bajo,
guitarra), lejos de lo que estaba predominando, es decir, el uso de
sintetizadores y un trabajo más prolijo en torno a la estética de cada proyecto,
que los dotaba de un marcado tinte de exportación, por decirlo de algún modo. Cuestión
que efectivamente ocurrió, con el “éxito” en el extranjero de proyectos como
Javiera Mena, Dënver, Astro, Gepe o Alex Anwandter.
Es así que durante el 2015 se sostenía que en
Chile se vivía una vuelta a las guitarras, que no significaba para nada una
vuelta al “rock” como se entendió en los años 90, pues el formato seguía siendo
pop pero con influencias que no estaban presentes en los últimos cinco o diez
años. Ahora, sin duda que lo más importante era que la
autogestión se imponía de manera más visible, no la autogestión de la
generación anterior, que si bien posicionó lo independiente, aun así las
tocatas eran, por ejemplo, en centros privados tipo Club Amanda o Centro El
Cerro. Lo que propuso la
escena que comandaba Patio Solar, con bandas como El cómodo silencio de los que
hablan poco, Animales Extintos, Siempre llueve al atardecer, Los Valentina, Medio
Hermano, Las Olas, y Niños del Cerro, era una autogestión más de corte punk, de
juntarse en cualquier lugar a tocar, incluso en casa de alguno de ellos, en
recintos que en principio no estaban habilitados para actividades de ese tipo,
y que se transformaban en verdaderas fiestas en que los integrantes de las
bandas se confundían con el público y en que cualquiera del “público” podía
subir al escenario (cosa que no existía en el mayor de los casos) a cantar canciones
que ni siquiera estaban editadas pero que circulaban en videos de YouTube.
Lo que pasó en Chile, o en Santiago para ser
más específico, entre el 2015 y el 2016, fue sumamente inaudito. Algo de eso
registró el documental que fue emitido en el festival In-Edit del 2016,
realizado por Omar Saldías, titulado “Es por la música”.
Grandes hitos fueron el “Festival Pop Subterráneo”, realizado en un galpón de
Exposición, o también la serie de festivales llamado “Levantando polvo”. Sin
embargo también hitos fueron los discos, y por sobre todo, un sello: Piloto. Sello
creado durante el año 2014 y que de cierta manera impulsó a toda esta escena,
no sólo contaba con Patio Solar entre sus filas, sino que también estuvo detrás
de la publicación en octubre del 2015 del disco “Nonato Coo” de Niños del Cerro.
Las cosas pasaban tan rápido que al otro año (2016) la banda recibe el premio
Pulsar a banda revelación y su disco se catapultó como uno de los mejores
lanzamientos no sólo de ese año sino que de la década. Tan así, que hoy, luego
del fin del sello Piloto, Niños del Cerro pasó a engrosar las filas del sello
Quemasucabeza, que por cierto, fue estandarte
y paradigma de la generación anterior.
Ahora bien, para que todo esto ocurriera
importante fueron algunos medios, que de cierta manera habían dado impulso al
nuevo pop chileno en la década pasada, como Super 45 y POTQ. Estos medios hicieron
lo que los gringos y el ámbito de la publicidad llama “hype”, es decir, incitar
en un “público” determinado la atención en un producto, en este caso, esta
nueva escena. Super 45, por ejemplo, nombró a “Temporada” como el mejor disco
del 2015, sin contar la publicación de entrevistas a las bandas y notas a las
tocatas que proliferaron sobre todo en el 2015. Por su parte, POTQ, a través de
las periodistas Javiera Tapia y Bárbara Carvacho, difunden durante estos dos
años, reportajes y notas a bandas del sello Piloto o vinculadas a ellos dentro
del circuito de las tocatas. Sin embargo, todo este auge tiene un ocaso, y lo
interesante de remarcar es que el ocaso ocurre en uno de los medios recién nombrados,
es decir, en donde se les otorgó visibilidad, en ese mismo lugar, todo ese
augurio de la nueva música chilena (hubo un compilado producido por Cristian
Heyne que se llamó así NMC) tuvo un final precipitado.
La ya mencionada periodista, Javiera Tapia, a
fines del año pasado publicó una serie de reportajes en POTQ, que recopiló
testimonios provenientes de una suerte de asamblea de mujeres (práctica que se
evidenció durante este año en las universidades chilenas) en que se enunciaron
situaciones de acoso y abuso sexual, y de violencia física y psicológica, por
parte de hombres músicos, productores, y gente asociada mayormente a toda esta
escena “joven” que había irrumpido el 2015. Muchas de las mujeres que dieron sus
relatos, trabajaron con las bandas que comparecieron en el reportaje, algunas
tuvieron relaciones afectivas con personas acusadas que lideraban el trabajo de
los sellos, etc. El reportaje titulado “Cuando ella habla, escucho la revolución” constó de cuatro partes, en donde destaca
testimonios sobre el músico Pablo Gálvez, que había sido denunciado semanas
antes por acoso y abuso sexual, la denuncia de la música Dulce y agraz (Daniela
González) sobre su ex pareja, y muchos casos en torno a lo que señalábamos, la
nueva escena de pop con guitarras.
Es importante precisar el pliegue que existe
en este reportaje entre lo estrictamente abusivo en términos sexuales, pero al
mismo tiempo, la visibilización de una misoginia y también violencia machista
en un ámbito laboral pero también artístico. Este cruce es uno de los méritos
más grandes del reportaje elaborado por Javiera Tapia. Ahora bien, sin embargo,
el reportaje pareciera estar a tono con el despliegue de un feminismo denunciante,
pero denunciante dentro de un marco de difusión o visibilización de casos a través
de las redes sociales o de internet. Uno podría discutir si esta ola feminista
no tiene su condición fáctica dentro de este dispositivo, es decir, el
dispositivo es la condición de la denuncia. Por lo mismo, pareciera que los
casos que comparecen en el reportaje tuvieran la misma intensidad, el mismo
grado de violencia, el mismo grado de condena. Por un lado están las denuncias
de abuso sexual hacia Pablo Gálvez como decíamos, pero también a los
integrantes de las bandas Urban Monk y Siempre llueve al atardecer (que
inmediatamente después de la publicación del reportaje pusieron fin a los
proyectos), junto a denuncias por violencia dentro de una relación de pareja,
como fue el caso de Dulce y agraz y la acusación hacía Gonzalo García de
Planeta No (que a diferencia de otros mencionados no terminaron con el
proyecto, caso que retomaremos en la tercera parte de estas columnas). Estos
dos focos comparecen en una misma línea de violencia con respecto al caso del
sello Piloto, en donde básicamente se le acusa al sello de ser machista en su
organización, y tener a las mujeres, entre ellas a la ya mencionada Barbara
Carvacho y Constanza Rifo (ambas forman parte del programa Picnic.Tv, que en su comienzo tuvo a las bandas del
sello Piloto continuamente como invitados centrales), en una posición
subalterna y encargadas de tareas domésticas y sin ningún tipo de decisión
efectiva. Esta acusación hizo que el sello Piloto dejara de existir o como señalaron públicamente entrar en un
periodo de receso. Estos
tres niveles se intercalan, se yuxtaponen, se imbrican, y sin duda que
estructuralmente obedecen a la misma violencia, es la forma en que lo
patriarcal se impone.
El problema que creemos ver, y es un problema
totalmente político, es el efecto punitivo que produce el reportaje. Del mismo
modo a como la denuncias personales a través de facebook o instagram, de casos
que involucran a hombres no públicos, se viralizan no por el contenido mismo de
las denuncias –que en el mayor de los casos son extremadamente condenables – sino
más bien como efecto de lo que significa lo viral, que inmediatamente activa
una condena pública, o el llamado shit
storm (linchamiento virtual). Luego de este reportaje las tocatas que
habían sido impronta de esta escena dejaron de ocurrir, algunos proyectos
asociados a las bandas acusadas continuaron (El cómodo silencio de los hablan
poco es uno de ellos) pero ya instalados en otro contexto no en aquel que los
vio nacer, y el dato más importante, es el cese del sello Piloto.
Esta caída tiene un episodio más reciente, que
no deja de ser interesante de retratar y describir. Porque hace que la continuidad
de la banda insigne de la escena, es decir Patio Solar, esté incierta. Si bien
no aparecen en el reportaje de Tapia, en marzo recién pasado la periodista divulgó a través de su facebook
personal, unas llamadas de Claudio Gajardo (compositor y vocalista de Patio
Solar) en donde se entiende, en donde se lee, que el músico tiene un miedo al
mismo tiempo que un conflicto con Tapia. Una de las razones que me impulsaron a escribir estas columnas fue
este hecho, ya que me parece altamente violento lo que se describe ahí pero
también da muestra real de que la violencia siempre es resultado de un miedo.
Es un gesto pre-crítico el pensar que la violencia aparece sola, como si fuera
ejercida por sujetos que se escapan a una deseable normalidad o racionalidad, es
que por el contrario, son precisamente un efecto de esa racionalidad, y por
cierto que de la cultura en un sentido general, amplio. Gajardo trató a Tapia
de “La jefa”, queriendo señalar, interpretamos, que en ella existe un poder que
está más allá de la música, más allá de lo artístico. Tapia, por su parte, “funa”
a Gajardo en su publicación, señalando que luego de su reportaje ha sido
hostigada y acosada, me imagino que por varios de los hombres acusados en su
reportaje, sin embargo el efecto de la divulgación de las llamadas del músico no
es muy distinto al efecto de su reportaje. Muchos de los comentarios a la
publicación de Javiera Tapia son en relación a Patio Solar, de gente diciendo que
ya no los escucharían más, que Claudio Gajardo es un misógino, machista, etc.,
etc. (shit storm), o comentarios
irrisorios, aludiendo al nombre de la banda amiga como “El cómodo silencio de
los misóginos culiaos”. Los detalles de la publicación nos los guardamos, sin
embargo, la pregunta que nos hacemos, tiene relación con pensar si realmente es
político este proceder, es realmente político exhibir casos y casos para tener
un resultado aleccionador, pero también, ¿es efectivo valerse de una intención estrictamente
punitiva?
Finalmente señalar que lo preocupante, el
reverso de esta ola, es que lo punitivo está siendo extensivo al campo social
hoy en día. Si bien estamos en una época donde el poder se nos presenta
altamente sofisticado, en su inmediatez, en su contigüidad, pareciera seguir
siendo altamente punitivo, pero al mismo tiempo dicha cuestión se vuelve un
entretenimiento para las masas a través del uso de las redes sociales. Ese
goce, ese morbo que se activa, es cómplice manifiestamente con las masas que
siempre han incitado ajusticiamientos públicos a personas que cometen tal o
cual delito (el microfascismo de toda sociedad moderna). Toda esa pulsión se
radicaliza con la exigencia de castigo, de que paguen, que dejen de circular,
que pierdan todo privilegio, etc. Si bien existen crímenes contra la mujer que
difieren de naturaleza de los casos que han comparecido con los músicos de esta
joven escena, y se puede entender la virulencia en algunos y en otros, lo que queremos
enfatizar es aquello que no difiere, es decir, la reacción de ese público, de
ese espectador de las redes sociales, que se ufana, que se entretiene con ver,
a alguien conocido, medianamente conocido, o conocido en su círculo, caer. Me
pregunto finalmente, y me parece una pregunta que no se debe dejar de hacer hoy
en día, ¿son
realmente políticos, como realmente emancipatorios, algunos canales bajo los
cuales se está fisurando al patriarcado?
*Artículo publicado en el medio digital El Desconcierto en junio del 2018