Algo está pasando en Santiago de Chile.
Siempre ocurren cosas, pequeños acontecimientos imperceptibles en una ciudad.
Santiago, una ciudad en la que se supone es el centro de un país que no ha
mutado su forma de vida desde hace más de cuarenta años, algo se está moviendo
en ciertos lugares, en ciertos puntos o más bien desde una periferia. Se ha
dicho bastante sobre cómo la periferia afecta a un centro, cuestiones que se
han discutido en debates que se arrastran desde hace un tiempo pero creemos que
la relación entre periferia y canción popular no ha sido realmente trabajada ni
escrita. Sin embargo no es el lugar para ahondar en por qué la música popular
no ha sido recepcionada por un pensamiento crítico significativo más allá de
que se visibilice su potencia crítica en medios de difusión de corte
estrictamente más periodístico o en la documentalística que llega siempre tarde
y sólo está al servicio del patrimonio cultural de una país o una nación. Más
allá de detenernos en todo aquello, que por cierto sería para otro apartado,
diríamos que la música popular (con toda la amplia significancia que pudiera
tener, insistimos) ha dado cuenta de profundos movimientos moleculares que
afectan y remecen los cimientos de una gran molaridad, llamada sistema o una estructura
social determinada. A veces ha abrazado grandes movimientos de masas como
ocurrió con la Nueva canción chilena desde fines de los años 60 hasta el golpe
de Estado, o durante la dictadura, sobre lo que significó algo como Los
Prisioneros, pero que sin embargo ha costado un tiempo vasto reconocer su
importancia. Y eso tiene que ver con que Jorge González fundó una nueva manera
de entender la canción popular, para decirlo rápidamente, desauratizó su
significancia. Al menos reteniendo aquello podríamos un poco aproximarnos a lo
que ocurre hoy por hoy con la canción popular a nivel local.
En enero del año pasado fue editado
"Temporada" de Patio Solar, que ya a mitad del año se elevaba como
uno de los grandes discos grabados en este país, no por nada el programa radial
Super 45, legendario espacio de música alternativa en Chile, lo eligió como el
mejor disco chileno del año. En un año que músicos más enmarcados dentro de la
generación precedente, y ya más consagrados, como Gepe, Camila Moreno y Dënver
sacaron nuevo material, aun así "Temporada" logró dar que hablar con
un disco que discute la forma que instituyó el nuevo pop chileno en cómo hacer
pop. El debut de Patio Solar es muy directo, en formato más tradicional
(batería, bajo, guitarra), por lo mismo un poco lejos de lo que estaba
predominando acá, es decir el uso de sintetizadores y un trabajo más prolijo y
dedicado en torno a la estética de cada proyecto. No es que no exista una
preocupación estética en Patio Solar, y
en las bandas que componen esta escena, pero sí es una estética mucho más
austera, en donde lo importante pasa más por una especie de comunión entre el
público y aquellos que en principio escuchan, aquello se lo debe bastante a la
escena hardcore punk. Pero antes de ahondar más en eso hay que decir que en
Chile se vive una vuelta a las guitarras, que no significa para nada una vuelta
al “rock” como se entendió en los 90, pues el formato es pop pero con
influencias que no estaban a mi parecer en lo que predominó en Chile en los
últimos diez años. Influencias que podrían estar en el primer The Cure, en
Aztec Camera, en el dream pop o en cierta apropiación más noise o lo-fi y
también shoegaze.
Aquellas influencias se comparten en parte con
el otro disco que editó el sello Piloto, que con estas dos publicaciones se dan
el lujo de producir con su firma una ruptura bastante significativa en la
música popular local. El disco que hablamos apareció en octubre recién pasado,
es de Niños del cerro, titulado Nonato
Coo, nombre de una calle populosa ubicada en Puente Alto. No es habitual
que una referencia así sea tan importante en una banda de pop, siempre son
lugares comunes utilizados por proyectos de otra índole musical, como el rap
por ejemplo. Pero antes de dilucidar esas cuestiones habría que decir que Nonato Coo es un disco muy prolijo en el
uso de las guitarras y un trabajo de percusión sobresaliente que sólo tiene
como referente nacional a lo que realizó Daniel Riveros en sus primeros años,
antes de dar forma a su proyecto Gepe, Taller Dejao. La voz de Simón Campusano
a ratos posee una reminiscencia folclórica que no lo emparenta solo con Taller
Dejao sino que también con alguien como el Gato Alquinta y con ello a una
tradición de la canción popular nacional, pero esta referencia que quizás no es
consciente puede rastrearse en un referente internacional como Animal
Collective, banda que poca recepción musical a ha tenido en Chile hasta ahora.
Aquel pliegue, importante a la hora de comprender lo que la canción popular
chilena podría ser, es de suma importancia pues define de manera acuciosa una
especie de traducción de cualquier referente internacional que podría tener: es
Animal Collective pero nos recuerda Los Jaivas en una línea de lo pop que
siempre ha tenido un sustrato de corte más experimental. Tanto en Nonato Coo como en Temporada dentro de todas las influencias foráneas que pudiera
tener su música existe una apuesta por situar su música a un nivel cotidiano y
experiencial que no podría remitir más que a Santiago de Chile. Pues, ambas
bandas son de La Florida, y eso en Nonato
Coo está muy presente, no sólo por el título del disco, sino que la alusión
a las casas pareadas de Puente Alto (“viste que querías tanto ser cuando eras
chica en tu casa en Puente Alto el cerro se veía tan grande allá atrás bien
atrás, de todas las casas pareadas”), las antenas de celular travestidas en
palmeras que adornan las calles de La Florida (“Las palmeras que se posan sobre
todas las casas se quieren mover donde descansa, las palmeras de mentira andan
buscando otra vida, se ven tristes todas las tardes casi como yo”). Más allá de
una toma de partido desde la marginalidad, más allá de hacer un chicle fácil la
experiencia de vivir en una comuna del sur de Santiago, en haber nacido entre
las palmeras artificiales y el Mall Plaza Vespucio, en ser, de por sí, una
germinación de lo más pútrido del neoliberalismo chileno (nacer en los años
90), las canciones de este disco nos muestran una visión parcial, fragmentaria,
marginal de la marginalidad y no una
visión consciente de la marginalidad: ¿cómo ser tan conscientes de la
marginalidad?, ¿por qué algunos (los artistas, músicos, compositores) tendrían
que decirnos a nosotros lo que debemos pensar? Una canción como “Las Palmeras”,
como “Viste las palabras”, como “José de los Rayos”, en ningún momento se
pretenden como diagnósticos de la forma vida en la cual un joven de veinte años
está condenado a vivir en la periferia santiaguina, la manera en que cada
canción se construye remite más bien a la experiencia que se relata en el tema
que abre y da título al disco: “Vengo pedaleando desde el veintiséis hasta tu
casa perdiendo el frío de malos momentos y querer contarte como fue mi día…”.
Un relato o cualquier posibilidad de relato sin duda lo es siempre desde la
experiencia, y la experiencia no puede ser jamás consciente. Habría que indagar
que desde Violeta Parra, pasando por Jorge González y varios exponentes del
nuevo pop chileno, las canciones no son un vehículo de algún mensaje, ni menos
de una toma de consciencia. Si existe en algún momento una forma que remita a
un mensaje este siempre se manifestará de manera fragmentaria, cargando una
hebra que a la vez da cuenta de una totalidad pero que jamás se revelará de
manera consciente. En otras palabras en la canción no se puede separar entre un
cierto contenido y en una forma de ella, es más bien un bloque, y ese bloque
sólo carga consigo afectos y percepciones, de las cuales las letras (que en
principio serían siempre el mensaje de una canción) simplemente son un
engranaje más de este bloque sonoro. Habría que agregar que la portada del
disco de Niños del Cerro se pliega bastante bien a lo que veníamos comentando,
son precisamente aquellas antenas celulares travestidas en palmeras que sirven
como alegoría o una imagen del Chile neoliberal.
En el caso de Temporada de Patio Solar, como veníamos diciendo, su lanzamiento en
enero del año pasado abrió toda esta especie de ruptura o recambio. Desde los
primeros acordes de “Casa Nueva” podemos ya intuir que se trata de una especie
de manifiesto generacional. Me atrevería a decir que tan importante como los
primeros acordes de La voz de los 80 (Jorge González) o de Al siguiente nivel
(Javiera Mena). Así como en los discos aludidos se entiende una especie de
fisura o ruptura, en Temporada podríamos pensar en qué lo que se abre es una
especie de tiempo en dónde muchas cosas pueden ocurrir, pero que ocurrirán en
un determinado tiempo. De seguro que Claudio Guajardo (compositor y vocalista)
no se propuso hacer EL disco que produciría una ruptura en la escena pop
chilena, pues si cotejamos los ejemplos que acabamos de nombrar no existe acá
una aire de romper con un novum, de hecho, la portada del disco remite a algo
muy anacrónico, una casa que no es nueva, una casa que remite al Santiago
antiguo, aquel que resiste a las inmobiliarias que arrasan con cualquier tipo
de memoria arquitectónica en esta ciudad. Aún así el disco tiene ese ímpetu que
la música popular siempre ha tenido, es decir, una fuerza juvenil, un
devenir-joven, experiencias no codificadas por una afección… (continuará).