La música no tiene moral
La
decisión tomada por el encargado de RecoMúsica (la disquería popular de
Recoleta), José Sabat, de excluir al reggaetón como género por su contenido
machista y misógino, constituye una toma de posición que busca empatizar con cierta
sensibilidad de estos tiempos. Ya que existe una discusión que ha puesto el ojo
en el contenido de ciertas obras (sobre todo musicales, ya que son un tipo de
obra al alcance popular), que ve una relación entre lo que dice una canción y
cierta “verdad” que la canción dice que sería altamente peligrosa para la
creación o perpetuación de ciertos estereotipos y roles de género. Curiosamente,
en la música popular, se está utilizando este criterio, impulsado acá en Chile
por varios medios de la escena musical, a contrapelo que de que ya en las artes
en general, desde hace al menos dos siglos, se disoció la forma del contenido
de una obra, ¿por qué a la canción se le analiza con categorías anacrónicas? En
otros términos, es como si pensáramos que alguien como Alfred Hitchcock realmente
tuvo como intención primera en su arte la de dignificar los rasgos psicopáticos
(pienso en Psicosis); o en general,
todo el cine llamado de “horror” o “terror”, sus directores, guionistas,
incluso actores, sean acusados de hacer apología de la sangre, los
descuartizamientos o las figuras satánicas. Recordemos que por razones
similares a Iron Maiden, en 1992 acá en Chile, se le prohibió tocar porque
tenía una canción que aludía al número de la bestia (666).
No
necesariamente aquello que expresa la canción en términos líricos es aquello
que su autor, sus intérpretes, piensan o creen, incluso podríamos señalar que
cuando un artista o compositor habla mucho de lo que piensa o lo que cree,
estamos en presencia de una obra débil. Existe un nivel de representación, de
teatralidad en la canción que es importante de recordar y esto ha sido desde siempre
la base de lo que es una canción popular, es decir, la transmisión de una
herencia sin dueño, sin autor por decirlo de algún modo, y el cantor sólo es un
vehículo de esa transmisión: lo que se expresa en la canción es más bien la
cultura (reduciendo por ahora el significado que implica ésta). Sin embargo,
volviendo a la discusión puntual, esto obviamente, no niega que exista un determinado
cancionero machista o misógino, pero creemos que la manera en cómo resistirlo o
discutirlo, no puede ser a partir de la censura ni del tan en boga “cancelled”,
que incluso medios periodísticos promueven.
No
se trata tampoco de que la exclusión del reggaetón o de la música urbana
constituya un atentado a la libertad, sería un argumento liberal, de derecha
digamos, para criticar el proyecto popular de Jadue al acusarlo de
“totalitarismo”. La crítica va en otra dirección, ya que hay un desprecio a priori al reggaetón, no sólo en cierta
tradición de izquierda (el régimen cubano lo prohibió por decreto) sino que en
aparatos críticos e intelectuales de larga data, los cuales también criticaban
en su momento al jazz o al rock & roll, pero que no se debía, en ese momento,
a su cariz misógino (que, como ya estamos advertidos, lo tiene), sino por ser
un invento del imperialismo y que sólo busca adormecer políticamente a las
masas. Alguien como Andrea Ocampo ha tematizado, política y teóricamente al reggaetón,
efectivamente yendo más allá de las letras para centrarse en los procesos de
subjetivación que ha producido: el
reggaetón no constituye el origen de la violencia hacia la mujer en la música
ni tampoco su perpetuación, se puede, incluso aducir totalmente lo contrario.
Es que la canción, o la música popular en general, no puede pensarse a un nivel
estrictamente lírico, como si fuera su “contenido”, no sólo el reggaetón
digamos, la música popular es un gran bastión de subjetivación que ha implicado
siempre una multiplicidad de devenires que no se pueden ignorar. Y creo que eso
va más allá del “contenido” e incluso sobrepasando la vida personal del que interpreta o crea
esas canciones.
Ahora
bien, existen disquerías o tiendas dedicadas a la venta de música que formulan
su propia línea editorial o su propia curatoria, eso es totalmente válido.
Sobre todo en este caso en que el proyecto de la disquería es popular, es
decir, poner al alcance del bolsillo la música que en otros lugares no se puede
acceder; pero también, de que se intuye que la música que se distribuirá ahí
será de alcance popular. Sin embargo, creemos que este propósito se contradice
con la prohibición del reggaetón en su oferta y la razón es sumamente débil.
Porque una razón de peso podría ser que el reggaetón esté excluido porque no
necesita estar más al alcance de lo que ya está, porque lo que hoy se llama
“música urbana” es hegemónica en casi toda Hispanoamérica (y en el mundo
quizás).
Finalmente
ante la pregunta de que por qué el reggaetón debiera estar sí o sí en una
disquería, la respuesta inmediata que nos asalta es el por qué no debería
estar. La importancia del reggaetón es indudable en la actualidad, no sólo por
motivos extramusicales, sino porque sobrepasó su reducto de música
estrictamente de baile o para las clases populares, como lo era en la década
pasada. Hay que pensar que el reggaetón en Chile sufrió una estigmatización
cultural y social porque precisamente se le adjudica una estancia en las clases
populares que “no saben” de música, que “no saben” de cultura. En la música
chilena que está irrumpiendo hoy, y pienso en proyectos del llamado trap que
encabeza gente como Gianluca, Pablo Chi-lle, Princesa Alba, Cease o Lizz, el
reggaetón es una influencia clave, elevándola a un género con cierta
dignidad. Ahora, si bien se entiende que
es el género más comercial de los últimos diez años, y que la disquería no
seguiría profundizando su hegemonía, sigue siendo un argumento débil para deslegitimarlo.
Sobre todo porque las relaciones entre música popular y mercado son de largo
aliento, incluso está en su misma constitución: la música popular es serial, es
altamente industrial. Pongamos el ejemplo de The Beatles, que hoy en día son
considerados de culto y que tienen un consenso legítimo, considerándose “alta
cultura” (de seguro hay mucho de sus discos en la disquería), pero en los años
60 del siglo pasado los puristas los criticaban, y aparte, estaba el hecho de
que The Beatles constituía el mayor ingreso económico de Gran Bretaña en la
época. El argumento que se da es otro y va de la mano con la estigmatización al
reggaetón, porque habría varios catálogos musicales que sacar, incluyendo
varios singles y canciones de The Beatles. Aparte, la pregunta es, ¿qué es realmente
el reggaetón?, me lo pregunto, porque no es tan fácil discernir, salvo que
exista una suerte de curador musical que dirá: “esto es reggaetón, no va”. Sobre
todo considerando que el mainstream actualmente
es algo así como 100% reggaetón. Urge, en definitiva, pensar qué significa lo
popular, y por sobre todo, pensar el suelo moral que se está sedimentando como
directriz en las políticas culturales.
*Texto publicado en El Desconcierto: La música no tiene moral