HACE 30 AÑOS
Jorge
González y el pop criollo
Son múltiples
los lugares donde Jorge González expresa su incomodidad con la posición que los
medios y la industria le asignaban como “padre del rock chileno”. Curiosamente,
es en los 90’ cuando esta idea o mito del rock chileno toma forma, y González
es el héroe ideal para protagonizar dicho relato. Curioso, por lo bajo, porque
es la década donde González de manera más manifiesta se aleja de cualquier
imagen "rockera". Se refleja en sus canciones, desde las publicadas en Corazones
(1990), hasta las cumbias electrónicas del dúo Gonzalo Martínez y las
congas pensantes (1997), su música discutirá con un presente que instalaba
al rock como “la” forma en que la crítica y la juventud se vehiculizaba. Por supuesto
que el disco homónimo, oficialmente su primer disco solista, radicaliza esta
imagen anti rockera, en pleno año 93 donde el rock, bajo el llamado “grunge”,
era grito y plata en prácticamente todo el mundo.
Sin embargo,
a pesar de la sensación reinante hoy, de la nostalgia principalmente, los años 90’
no fueron una década fácil para la música chilena, aunque a veces se trate de hablar
de ella como un buen momento. En realidad, lo que ocurría era todo lo contrario,
ya que el modelo neoliberal o de libre mercado deja su etapa de transición llegando al puro fomento, y por supuesto que esa pulsión llega a las expresiones juveniles.
El código más fácil fue el del rock, que revive como la música de los padres
para sus hijos, situándolo en el lugar industrial que el mercado le asignaba.
Todo esto por la interconexión mercantil que la aldea global efectuaba, es decir, de que
internacionalmente el mainstream de
los 90’ es triunfal con el rock y cualquier expresión musical periférica debía
medirse a partir de ahí. En nuestra tierra, se importa esta idea, siendo quizás
Los Tres la expresión rockera más consensuada en dicha década.
Ahora,
Los Tres tenían vínculos y sensibilidades que no calzaban del todo con lo que
rock supone. En una entrevista en el
2008, en Radio Rock & Pop, Jorge González señalaba que las grandes bandas
del llamado “rock chileno” no eran realmente de rock, sino que eran más bien unas
bandas bien excéntricas. Los Tres, por ejemplo, serán recordados como una banda
que reinterpretó la cueca o por su disco Unplugged; qué decir de Los Jaivas que
fueron de lleno una banda experimental de la música de raíz folclórica; y Los
Prisioneros, que para González, antes que rock eran de pop o de postpunk. Pero aún
así el
rock se instala como una música que tendrá autenticidad y estará dirigida a un
segmento de la población que consume y que también ve bastante televisión: los
jóvenes. Toda esa atmósfera comenzó a producir que cualquier agrupación
chilena, que tocara funk, rap, punk, metal, baladas, lo que fuera, cayera en el
denominativo genérico del rock chileno. En los 90’ se diseñó
esta estrategia mancomunada de las grandes discográficas (EMI, BMG, SONY) que
lanzaban promocionalmente el apelativo del “nuevo rock chileno”, y que reunía a
un conjunto de bandas jóvenes, bastante diversas y heterogéneas, ubicados en
lugares que, para el sentir común actual, estarían más asociadas a un cierto
circuito indie, o estrictamente independientes, con formas de trabajo que no
son para nada las del mercado. No obstante, se fraguó una instancia de captura y
que fue traducida comercialmente, bajo una cierta etiqueta, bajo un cierto target.
Ahora
bien, el “nuevo rock chileno” de los años 90’, conocido bajo esa impronta,
surgió puntualmente desde el sello Alerce, que a mediados de los noventa, forma
una alianza con Sony Music, sin embargo, el sello independiente tenía no sólo
más de veinte años de trayectoria en el “folclor”, o para decirlo con más
justicia, en estar ligado a la música tradicionalmente asociada al canto
popular. En los noventa, luego de la muerte de Ricardo García y ahora bajo la
dirección de su hija Viviana Larrea, el sello da un giro al rock, o más
específicamente a la música hecha por jóvenes. Alerce poseía ya unas décadas de
un admirable trabajo que desarrolló García, no sólo podríamos decir que el
sello tenía una identidad, porque sigue siendo insuficiente, pues Alerce
cimentó la idea de ser una muestra de lo que ocurre en el país, siendo una
plataforma de expresión, a través de la música, los discos y canciones, que
enuncian, ante todo, una mirada crítica al presente. Por ello, era natural,
mirado desde este punto histórico, que el primer disco de Los Tres fuera
editado por Alerce, o el primero de los Fiskales Ad-hok. Sin contar a Los
Miserables, Chancho en piedra, Las Panteras Negras o La Floripondio, y que, por
esa razón, a mediados de los noventa, le permitían definir toda esa mixtura
sonora y estilística en una sola declaración: el nuevo rock chileno. Idea que,
de manera parcial, pero también leyéndola en su contexto, peca de comercial y
publicitaria, muy del tipo de sociedad que Chile ya era a mediados de los 90,
una sociedad juvenilmente proclive al consumo, y que ahora, luego de un trauma
colectivo, de la catástrofe acontecida, las masas se encuentran siendo
totalmente inclinadas a un goce fantasmagórico, que bajo el ropaje de lo
abierto, de lo plural, esconde una forma de vida que no conoce otra mediación
que la del mercado.

Algo
de eso creemos que intuía Jorge González en esa década, pasando de ser el ídolo
juvenil de los años 80’ a un personaje un poco fuera de onda, no comulgando con
lo que ocurría en esos años. Por ello el disco homónimo del año 93’, que cumple
treinta años, es un disco aislado, que pareciera no dialogar con ningún otro
disco del momento ni de los que vinieron después, qué decir de El futuro se fue (1994) que no
tuvo ninguna repercusión y que González ni siquiera tenía la intención de
promocionarlo, sobre esa época señala lo siguiente:
“Con Álvaro (se refiere a Henríquez, líder de Los Tres)
alguna vez conversamos que los dos hicimos el ridículo en la misma época,
porque la música cambió. Él era un rockabilly y yo un punkiento, más new wave, eso sí. Y las dos cosas se
parecen mucho, porque en las dos movidas las canciones son cortas, la guitarra
no está distorsionada y la batería está súper fuerte. Entonces, llegó el grunge
y chuta, yo hice el loco, porque hice mi primer disco solista, donde era todo
como un grupo tocando, con orquesta, violentos y todo eso, pop a secas (…) La
cosa es que yo hice una pintada de mono con una propuesta que no se parecía en
nada el grunge y Los Tres pintaron el mono haciendo grunge y se veían súper mal
cantando con pantalones cortos y moviendo la cabeza como Metallica” (Maldito Sudaca, pp. 206-207)
Jorge González es
un disco intempestivo. Y no deja de ser sorprendente que lo sea, porque en su época
se vio como lo más comercial que se podía hacer, lo más pop (en un sentido de
música accesible y de fácil digestión), o incluso una música
sin calidad y poco auténtica. Podríamos enumerar las múltiples reseñas al disco,
a nivel nacional, si ya en tiempos de Corazones no se comprendió mucho
de la propuesta (¡faltaron casi veinte años para hacerle justicia!), y se
buscaban las guitarras o las letras con “contenido social”. Acá, definitivamente,
se aceptó que Jorge González era un músico que no podía ser tan fácil
codificarlo. Tenía 28 años cuando publica el disco, es decir, en un momento en
que comúnmente el músico popular está en su madurez o en su clímax artístico. Para
González todo el período que comienza en el año 88 y termina el 92, en lo que
se ha conocido como la época Beaucheff, fue profundamente prolífico y compuso
una centena de canciones donde se deben encontrar las más brillantes que hizo. Bastante
de ese material circuló en bootleg muchos años, luego de la llegada de YouTube,
y que hace poco se editó oficialmente bajo el nombre de Demos.
Jorge González en su
autobiografía, llamada Héroes, señala lo siguiente: “Hice unas 34
canciones en un multitrack de cassette a 8 pistas, cuya pista B usaba para sincronizar
el computador vía smpte. Mis ídolos eran Primal Scream y Happy Mondays, mas mi mánager
de esos tiempos me convenció de que todo había ido mal por mi afán de hacer
todo: videos, producción, etc… Resulta que no era tan mala idea meter mi
persona en ello: el álbum, con mucha plata, fue un deslavado “producto”, no vendiendo
el medio millón necesaria para amortizar los gastos.” Uno de los discos que más
renegó fue este. Siempre tuvo la sensación, Jorge González, de que los demos
eran mucho mejor de lo que terminó siendo. Sin embargo, creemos que es una sensación
ante el fracaso comercial que supuso el disco, aunque, en todo caso, es el trabajo
solista que más vendió. Pero la expectativa, de hacer que fuera un
artista tipo Jon Secada, no le acomodó. Es decir, hay una cuestión más
extramusical en su lectura, que a nivel sonoro. Es que la producción, sin duda,
junto a Corazones, son lo mejor que hizo. Tanto en un sentido instrumental, de
canciones, de arreglos, aunque no haya “tocado”
y se dedique solo a interpretar vocalmente. Los músicos de sesión habían
trabajado con Madonna, Phil Collins, Luis Miguel, Michael Jackson, Peter Gabriel,
etc., todo esto con un presupuesto que bordeaba el millón de dólares de la
época. Era el lugar donde un compositor y músico como Jorge González merecía
estar. Sin embargo, eso en Chile más que admiración causó desconfianza, y el
disco, sin editarse ya generaba distancia y nunca realmente conectó con el
público chileno. Aún así se vendió mucho y sus sencillos fueron éxitos radiales.
“La casa en el árbol” y “Fe” tuvieron alta rotación radial, pero era un Jorge
González que se veía muy soft, azucarado casi, cantando baladas con inspiración
en Leo Dan o Los Ángeles Negros o con arreglos a lo Beach Boys, siendo que,
como decía la cita que referíamos, lo que se destilaba en la época era lo que hacían
Los Tres. Sonar como Faith No More o como Nirvana.

Yendo al fondo, hay que afirmar
que las composiciones son lo mejor del disco. En su estado puro se comprueba,
tal como las podemos escuchar en Demos. Pero soy de la opinión que los
arreglos y la producción que le dan Gustavo Santaolalla, Aníbal Kepler y sus
colaboradores, ha envejecido de buena manera. Digamos que actualmente las
producciones a esta escala son habituales, independiente de la caída de la
industria tal como funcionaba en los años en que González graba el disco en Los
Ángeles, pero el sonido más pop de los 90’ está mucho más metido en el
mainstream actual que la música que en principio se le oponía, como el rock pesado
y el grunge. Canciones como “Hombre” (que parece una predicción al estado
posterior de Jorge González luego de su ACV el 2015) o “Pastilla”, no tienen el
aura más luminosa de “Esta es para hacerte feliz” o “Mi casa en el árbol”,
dando cuenta que la sonrisa expresiva con la que aparece el cantautor en la
portada no es para nada la tónica del disco. “Velocidad”, parece una canción
perdida de Corazones, quizás explora cosas que ahí no se alcanzan a ver
y que es precursora de la música chilena más interesante de la década de los 10’.
“Volar”, en su versión demo suena tan electro pop como “Velocidad” pero en el
disco suena más orgánica sin quitarle cierta dosis de psicodelia. Ahí quizás se ve mucho más la influencia “madchester”
que en la producción del álbum no hace ver, porque sencillamente en Estados
Unidos no se escuchaba esa música ni menos era el registro habitual de aquellos
músicos de sesión o lo que la EMI intentaba proyectar con su nombre. Pero es estéril imaginarse ese disco que nunca existió,
porque tanto “Volar” como “Voluntad”, así como quedaron plasmadas, expresan el
mejor registro vocal de González, es que en todo el disco, pareciera cantar
mejor que nunca. Si siempre se dijo que el ex vocalista de Los Prisioneros era
limitado vocalmente, habría que ir a este disco para comprobar absolutamente lo
contrario. Los falsetes de “Voluntad” y de “Esta es para hacerte feliz” son los
mejores que hizo en su trayectoria. Así como el registro más emotivo e íntimo
que están en “Fe”, “Mi casa en el árbol”, “Más palabras” y el bonus “Esas
mañanas”. En esta última se ve además el grado visceral, íntimo, autográfico de
González, que ya estaba en el anterior disco y que se radicalizará en el
siguiente. Se perciben en ese “Esas mañanas”, ya un clásico, aunque haya sido
un tema oculto, pero que cuando el disco circuló en mp3 se volvió quizás la más
aclamada hasta la fecha. Si de sentimientos viscerales se trata, “Mamá” cae a
ratos en la provocación de sonroja. Es una canción que podría ir en la línea de
tantas otras donde Jorge González expone su intimidad, incluso su masculinidad,
hegemónica o débil, o ambas al mismo tiempo. Las guitarras a lo Primal Scream –
que, de nuevo, se notan más en el demo – en su lado más gospel o soul, exploran
y conectan con esa otra línea que en la versión oficial se visibilizan sobre
todo en el tema que abre el disco.

Es característico de Jorge
González su versatilidad musical, el que haya adoptado y explorado registros, géneros
y estilos, siempre un poco más allá de sus capacidades. Ya en La Voz de los
80 eso estaba presente y creo que, en este disco, casi diez años después,
llegan a su punto culmine. Que tanto de la producción, en donde el no
participa, disminuye o aumenta ese cariz, no lo sabremos realmente, el que tengamos
las versiones Demos solo enriquecen la visión de la capacidad que tenía
González para componer canciones. Quizás si el disco lo produce él o
productores más entendidos en el sonido vigente de la época estaríamos ante
otro disco y también otro Jorge González. Esto en el sentido de que, si su música
nunca fue una traducción rápida de los sonidos de moda en Inglaterra o en
Estados Unidos y siempre tuvo un marcado sonido criollo – que a algunos alejó
por tantos años – se debe a estos ensayos y errores, o decisiones que
aparecieron. Sin duda la producción casi industrial del disco no le dio un
sonido “de época” o de moda, sino mas bien, al apuntar a un mercado más
transversal, en ese momento debió sonar genérico. Sin embargo, con el tiempo,
ese objetivo se diluye porque también lo cool del sonido madchester envejeció.
Jorge González iba en otro carril que alguien como Cerati por ejemplo, que por
ese mismo tiempo, adoptaba casi el shoegaze en lo que fue el increíble Dynamo,
pero la singularidad del chileno no pasaba por ahí, sino mas bien en traducir
criollamente la data internacional. En un movimiento muy distinto y que también
es un sello nacional de la música popular. Y los clásicos del disco lo
demuestran, sea en la balada anti rockera de “Fe”, en la cursilería de “Mi casa
en el árbol” o en ese himno fallido de alegría y optimismo que es, la casi Bee
Gees, “Esta es para hacerte feliz". En fin, es un disco muy chileno y
sudamericano, aunque haya sido grabado con presupuestos e ideas de la industria
del norte de américa. Es la condición subalterna de una música pop que no puede
desligarse de ese destino, de ser ese pueblo al sur del Imperio.
Los 90’ en definitiva fue
una década corta, que vivió en una resaca neoliberal, de excesos
transnacionales, vinculado a los últimos respiros de la industria discográfica.
Más allá de algunas canciones insignes, otros discos muy interesantes, se
respiraba una música que se había alejado de las líneas que dieron forma a la
música popular chilena a fines de los 50’ y principios de los 60’, por el
contrario, había una suerte de pudor, tanto en los músicos, críticos como
especialistas, con mirar realmente ese pasado. Lo que ocurría, más bien, era
una vergüenza de mirar un país que se había hecho desaparecer, pero también, el
mismo mercado exigía una actualidad que solo se disolvía en imágenes de consumo.
Por ello, el primer disco – oficial – solista de Jorge González, es en cierto
sentido resistente, paradojalmente, a lo que el mercado demandaba de una música
popular hecha para jóvenes. González al parecer le estaba hablando a una
juventud sin edad, a un grupo de escuchas – un cierto pueblo – que se iba
forjando con todas esas canciones.